PREFACIO
Este breve escrito ha sido redactado con el deseo de ayudar a
almas ansiosas, porque el Señor querría que
conociéramos nuestra plena salvación y nos
gozáramos en ella.
En Romanos 8:23 se nos dice que debemos esperar para la
redención de nuestros cuerpos, lo que tendrá lugar a la
venida del Señor, pero podemos regocijarnos en el conocimiento
presente de que Dios ha quitado nuestros pecados mediante la preciosa
sangre de Cristo, y también en lo que ha hecho acerca de la
naturaleza caída en nosotros (llamada "el viejo hombre").
Cuanto más desea uno complacer al Señor, tanto
más intenso será el conflicto interior, hasta que
nosotros, como el Israel de antaño, "estemos quedos, y veamos
la salvación del Señor". Cada bendición
espiritual es un don, no conseguida por nuestros propios esfuerzos.
Es el conocimiento de Su amor y de lo que Él ha hecho por
nosotros lo que nos constriñe a vivir para Él.
"El Espíritu mismo da testimonio a nuestro
espíritu, de que somos hijos de Dios" (Romanos 8:16).
LAS DOS NATURALEZAS DEL CREYENTE
El Señor Jesucristo dijo: "Os es necesario nacer de nuevo"
(Jn 3:7), y quisiera referirme a este tan importante asunto, y a las
dos naturalezas en el creyente, y a qué se debe que el
creyente peque. La Biblia nos da la explicación. Es una
bendición para nosotros saber que Dios no sólo ha
perdonado nuestros pecados, sino que también nos ha
traído a una nueva posición delante de Él. La
Escritura nos explica lo que Él ha hecho en relación
con aquella vieja naturaleza pecaminosa que todos recibimos por
nuestro nacimiento natural, y cómo Él nos ha dado una
nueva naturaleza con nuevos deseos, a fin de que podamos caminar
delante de Él en santa libertad.
Hay mucho en el tercer capítulo de Juan acerca de la
necesidad de este nuevo nacimiento. Hoy día hay muchos que
consideran el nuevo nacimiento como una especie de cambio que tiene
lugar en la vida de uno, lo que ellos llaman una experiencia
cristiana cuando uno cambia su manera de vivir. Pero cuando la Biblia
habla del nuevo nacimiento es debido a que Dios verdaderamente da una
nueva vida al que cree en el Señor Jesús. No se trata
de un mejoramiento de la vieja, sino una de nueva —nacida de
lo alto. Esto es lo que el Señor estaba exponiéndole a
Nicodemo. El nuevo nacimiento es tener una nueva vida proviniente de
Dios, y veremos también que la vida que Dios da es la vida de
Cristo. Y la da al que cree. Naturalmente, el resultado
será un cambio, debido a que la nueva vida quiere agradar a
Dios.
Nicodemo acudió al Señor con el pensamiento de que
recibiría alguna enseñanza. Y desde luego el
Señor Jesús es y era un maestro maravilloso, pero lo
que el pecador necesita primero de todo es recibir nueva vida, y
así el Señor le contestó: "De cierto, de cierto
te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de
Dios". El hombre tenía enseñanza bajo la ley, por
cuanto "la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y
bueno" (Romanos 7:12). Todos estos preceptos dados al hombre en el
Antiguo Testamento provenían de Dios. Pero no daban una nueva
vida, porque la Escritura dice: "si la ley dada pudiera vivificar, la
justicia fuera verdaderamente por la ley" (Gálatas 3:21). Otro
versículo dice: "¡Quién diera que tuviesen tal
corazón, que me temiesen y guardasen todos los días
todos mis mandamientos" (Deuteronomio 5:29). Esto es, la ley pide al
hombre algo que él no tiene ni deseos ni poder de llevar a
cabo. Necesita una nueva vida. ¿Por qué entonces dio Dios
la ley? Bien, si se le pregunta a mucha gente se podrá ver que
no creen lo que Dios dice acerca de nosotros, y le fue preciso
mostrarnos la realidad.
Dios dice: "Engañoso es el corazón más que
todas las cosas, y perverso" (Jeremías 17:9). El
apóstol Pablo dijo: "Yo sé que en mí, esto es,
en mi carne, no mora el bien" (Romanos 7:18). En nuestro estado
natural no hay nada para Dios. Nuestros corazones están en
enemistad contra Dios, como la Biblia dice: "Por cuanto los designios
de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley
de Dios, ni tampoco pueden" (Romanos 8:7).
¿Qué era lo que demostraba la ley, y por qué
fue escrita en tablas de piedra? El hombre tiene un corazón de
piedra, y Dios sabía que no podría vivir en conformidad
a los mandamientos, pero el hombre pensaba que sí
podía. Si yo tengo un hijo, y hay una pesada maleta que
él cree que puede llevar, ¿cómo puedo demostrarle
que no puede? Dándole una oportunidad para que lo intente.
Israel pensaba que podría cumplir las demandas de Dios, porque
dijeron: "Todo lo que Jehová ha dicho, haremos" (Éxodo
19:8). Pero fracasaron miserablemente, como ha sucedido con todos
nosotros.
Ahora bien, lo que el Señor nos muestra aquí en Juan
3 es que debe haber una obra de Dios en el alma. Ya se ha
llevado a cabo una obra de Dios por nosotros en la cruz del
Calvario, pero se tiene que llevar a cabo una obra dentro de nosotros
por cuanto el corazón natural del hombre nunca
responderá a las demandas de Dios. El Señor le dice a
Nicodemo que tiene que nacer de nuevo— que debe nacer de arriba.
Tiene que recibir una nueva vida, y Dios emplea Su preciosa Palabra
aplicada por el Espíritu de Dios para llevar esto a cabo. Se
hace muy claro en 1 P 1:22, 23: "Habiendo purificado vuestras almas
por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, ...
siendo renacidos ... por la palabra de Dios que vive y permanece para
siempre". Antes éramos pecadores que teníamos
sólo una naturaleza caída de pecado, pero
cuando Dios introduce Su Palabra en el alma mediante el poder del
Espíritu de Dios, somos renacidos, recibiendo una nueva vida
de Dios. Es por esto que ahora deseamos cosas diferentes.
Esto, no obstante, no es el mejoramiento de aquella naturaleza
caída en nosotros. Dios no la mejora, sino que la condena,
como aprendemos en Romanos 8:3: "Dios, enviando a su Hijo en
semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al
pecado en la carne". Él perdona nuestros pecados, pero no la
naturaleza que nos lleva al pecado. Ésta permanecerá
con nosotros durante todo el tiempo que estemos en este cuerpo.
Incluso si uno ha estado salvado durante cincuenta años, la
naturaleza caída no ha mejorado ni una brizna, y nunca lo
hará. Es por esto que los cristianos pecan. Dejan que la
naturaleza caída actue. Con la ayuda del Señor
examinaremos otras Escrituras, posteriormente, con respecto al camino
que Dios da para la liberación.
Nicodemo debiera haber sabido, como maestro en Israel, que toda la
historia de ellos como nación demostraba que después de
todo lo que Dios había hecho por ellos como nación, el
corazón de piedra de ellos estaba sin cambios. En un
día futuro, cuando finalmente Dios los introduzca en
bendición, Él quitará "el corazón de
piedra de en medio de su carne, y", añade el Señor,
"les daré un corazón de carne" (Ezequiel 11:19).
Entonces "nacerá una nación de una vez" (Isaías
66:8). Cuando Nicodemo preguntó en nuestro pasaje:
"¿Cómo puede hacerse esto?" el Señor puso ante
él dos cosas muy importantes. Primero, le habló de la
gloria de Su Persona, porque mientras estaba hablando con Nicodemo
Él estaba al mismo tiempo en el cielo, tal como dice: "Nadie
subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el
Hijo del Hombre, que está en el cielo" (Juan 3:13).
Él es Dios así como hombre, y el valor de Su obra se
debe a la gloria de Su Persona. Es debido a que Él es Dios que
Él puede ser nuestro Salvador (Isaías 43:10, 11). Luego
se refiere a Su obra en la cruz como el Hijo del Hombre levantado
allí por pecadores. No hay bendición para el hombre
caído aparte de estas dos cosas, y es por ello que
después de esto el Señor Jesús pronunció
estas benditas y maravillosas palabras: "Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna" (Juan 3:16).
Vemos así cómo el Señor ponía ante
Nicodemo la necesidad de nacer de nuevo, la necesidad de recibir una
nueva vida, y también cómo le mostraba que la vieja
naturaleza no puede ser mejorada. La vieja naturaleza recibe el
nombre de "el viejo hombre". Véase Efesios 4:21-24: "Si en
verdad le habéis oído, y habéis sido por
él enseñados, conforme a la verdad que está en
Jesús. En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del
viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos
engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente,
y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la
justicia y santidad de la verdad". También en Colosenses
3:3-4: "Porque habéis muerto, y vuestra vida está
escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se
manifieste, entonces vosotros también seréis
manifestados con él en gloria". Luego otra vez en 1 Juan 3:9:
"Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la
simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es
nacido de Dios". Ahora bien, en el evangelio de Juan, capítulo
3, hemos visto la necesidad del nuevo nacimiento, y aquí, en
estos pasajes que hemos considerado, vemos que Dios habla de "el
viejo hombre" y del "nuevo hombre".
¿Cuál es el resultado de haber nacido de Dios? Bien,
tras haber puesto tu confianza en el Señor Jesucristo, tu
cuerpo viene a ser como una casa con dos ocupantes. Antes,
tenías sólo una naturaleza, la caída, con la que
naciste en este mundo. Pero el Señor Jesús dijo que si
no nacemos de nuevo no podemos entrar jamás en el reino de
Dios. Así que cuando ponemos nuestra fe en Él,
Él nos da una nueva vida, y aquella vida, como se nos dice en
los pasajes que acabamos de citar, es creada "en la justicia y
santidad de la verdad". Es la vida de Cristo, y no puede pecar.
¡Qué cosa tan maravillosa! Ahora bien, ello no significa
que "el viejo hombre" haya mejorado, porque sigue estando "viciado
conforme a los deseos engañosos", como acabamos de leer.
Siempre actua de la misma manera, porque "lo que es nacido de la
carne, carne es", y nuevamente el Señor dijo: "El
Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha"
(Juan 6:63). Podemos ver que si el "viejo hombre" (el antiguo
ocupante) toma el control de nuestros cuerpos, entonces pecamos. No
es que Dios excuse esto, sino que Él provee para nuestra
restauración. Dios ha emprendido nuestra liberación,
tanto con respecto a nuestros pecados como con respecto a la
naturaleza que los produce, y Él desea que conozcamos Su
provisión llena de gracia y que nos regocijemos en ella.
En Romanos 6 se nos explica lo que Dios ha hecho en
relación con nuestra vieja naturaleza, en ocasiones llamada
"la carne", "el viejo hombre" y "pecado" o "pecado en la carne". En
el versículo 6 se nos dice: "Nuestro viejo hombre fue
crucificado juntamente con él ... a fin de que no sirvamos
más al pecado". El pecado es la raíz, y los pecados son
el fruto, como un manzano y las manzanas que crecen en él. La
naturaleza de un manzano es producir manzanas. Uno puede quitar de
él todas las manzanas, pero al año siguiente
volverá a producir manzanas, porque no se ha cambiado la
naturaleza del árbol. El Señor Jesús
"llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el
madero" (1 Pedro 2:24). Pero fue necesario que Él hiciera algo
acerca de aquel "viejo hombre" que me llevaba al pecado. Aquí
encontramos lo que Él ha hecho: "Nuestro viejo hombre fue
crucificado juntamente con él", de modo que vemos que
llegó a su fin delante de Él en Su muerte. El bautismo
es la figura de esto, como se dice: "Sepultados juntamente con
él para muerte por el bautismo" (versículo 4). El
"viejo hombre" ha sido "condenado" (Romanos 8:3), "crucificado"
(Romanos 6:6) y "sepultado" (Romanos 6:4). En la cruz del Calvario el
Señor Jesús no sólo llevó mis pecados,
sino que Su muerte fue el fin de mi posición delante de
Él como hijo de Adán, porque hemos muerto a aquella
posición, y hemos entrado en una nueva posición delante
de Él mediante la resurrección del Señor
Jesús (Romanos 6:9-11).
Quizá podríamos ilustrar esta nueva posición
mediante un cambio de ciudadanía. Como ciudadano del
país en el que has nacido pasas la frontera a otro
país, y tienes que declarar tu ciudadanía.
Supongamos ahora que fueras a cambiar tu ciudadanía y
fueras aceptado, naturalizado, como ciudadano de otro país.
Entonces, al cruzar la frontera, tendrías una posición
totalmente diferente a los ojos del funcionario de
inmigración. Por lo que a él respecta, tú ya no
existes en tu antigua posición, y vives en una nueva
posición y naturaleza.
Ahora Dios te ve en una posición diferente por cuanto has
nacido de nuevo y entrado en la familia de Dios. Aunque sigas
teniendo al "viejo hombre" dentro de ti, con los "dos ocupantes" en
tu cuerpo, Dios te ve sólo en esta nueva posición que
ocupas delante de Él. Te ve como una persona que has muerto a
tu antigua posición, y como siendo "nueva criatura en Cristo"
(véase 2 Corintios 5:17).
Ahora Dios nos muestra el lado práctico de esta verdad en
los versículos que siguen. Debemos considerarnos muertos al
pecado, pero vivos a Dios (versículo 11). Antes de ser salvos,
nuestras manos hacían lo que la naturaleza caída
quería hacer, y nuestros ojos miraban a aquellas cosas que
nuestra naturaleza caída (el viejo hombre) quería ver,
porque nuestros cuerpos estaban bajo el control de aquel "hombre
viejo". Ahora Dios ha dado una nueva vida al creyente, el "nuevo
hombre" que quiere complacerle, y Él dice, "consideraos
muertos al pecado, pero vivos para Dios". Ahora, cuando se nos
presente la tentación, podemos decir: "No, estamos muertos a
estas cosas que la naturaleza caída quiere hacer".
Podemos presentar los miembros de nuestros cuerpos para que hagan
lo que el "hombre nuevo" quiere hacer, cosas que agradan al
Señor. Aquí se debe decir que si no tienes
ningún deseo de agradar al Señor no eres en absoluto un
creyente, porque si has nacido de nuevo tienes dentro de ti la misma
vida de Cristo. ¡Ah, tú dirás, en ocasiones quiero
hacer lo que está mal! Pero no es la nueva vida la que quiere
hacer lo que está mal, sino que se debe a que estás
dejando al "viejo hombre" (el antiguo ocupante) mostrar actividad.
Dios dice: "Consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en
Cristo Jesús, Señor nuestro". El "viejo hombre" no
tiene ya derechos algunos en el cuerpo. Dios dice que estamos muertos
al pecado, y así leemos en 2 Corintios 4:10: "Llevando en el
cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que
también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne
mortal".
Muchos cristianos abrigan dudas acerca de su salvación
porque no han sido enseñados "conforme a la verdad que
está en Jesús" (Efesios 4:21). Se ven sorprendidos que
después de ser salvos siguen queriendo hacer aquellas cosas
que están mal. Así que Satanás les dice:
"Quizá no sois salvos, porque algunos de aquellos viejos
deseos siguen ahí". Pero, ¿no dijo el Señor, "lo
que es nacido de la carne, carne es"? (Juan 3:6). Y el apóstol
Pablo tuvo que decir: "En mí, esto es, en mi carne, no mora el
bien" (Romanos 7:18). Seguía teniendo consigo la naturaleza
caída, incluso después de haber sido salvo todos
aquellos años.
En el capítulo 7 de Romanos se examina toda la
cuestión de este conflicto de una forma práctica. La
persona contemplada en este capítulo está tratando de
lograr la liberación bajo la ley. Ha "nacido de nuevo", y
posee una nueva vida, pero no se encuentra en el goce de su nueva
posición. El Espíritu de Dios usa esto para mostrarnos
el camino de la liberación de la ley y del "viejo hombre". A
todo lo largo del capítulo hasta llegar al versículo 18
esta persona está llamando "yo" al viejo hombre, y en otro
punto llama "yo" al nuevo hombre. Es por esta razón que tiene
este conflicto, porque piensa que "los dos ocupantes" tienen los
mismos derechos: pero no los tienen. El "viejo hombre" debe ser
considerado muerto. El "nuevo hombre" es el único ocupante
legítimo. Debemos reconocer que el "nuevo hombre" es el
único con derecho a decir lo que se hace en el cuerpo, y que
este "nuevo hombre" es la vida de Cristo.
Hay tres cosas importantes que se exponen aquí. Primero,
tenemos que aprender esta gran e importante lección, de que
"en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien"
(versículo 18). ¿Te ha sucedido haber tenido un mal
pensamiento acudiendo a tu mente, y luego decir de inmediato, "nunca
pensé que un cristiano pensaría una cosa así"?
Ahora bien, si realmente creyeras este versículo, no te
sorprenderías, porque la vieja naturaleza (el viejo hombre) no
ha cambiado desde que fuiste salvado. Tenemos que aprender esto.
Tenemos que hacernos conscientes de ello. El enemigo de nuestras
almas que obra sobre aquel "viejo hombre" intenta perturbarnos
suscitando malos pensamientos ante nosotros, y la vieja naturaleza
responde. Alguien dijo que su viejo reloj nunca lo
desengañó, porque nunca se fió de él.
¿Confías tú en tu vieja naturaleza porque eres
salvo? ¿Crees que te puedes exponer a las tentaciones
confiadamente? La Biblia dice: "El que confía en su propio
corazón es necio" (Proverbios 28:26). La vieja naturaleza no
mejora, nunca. Recuerda lo que aquí se dice: "en mí,
esto es, en mi carne, no mora el bien". ¿Y quién lo
estaba diciendo? El amado apóstol Pablo, uno de los más
piadosos hombres que jamás hayan vivido, porque su "viejo
hombre" no era mejor que el de ningún otro creyente.
Ahora observemos el segundo punto en el versículo 20. "Y si
hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en
mí". Había él aprendido que no había nada
bueno en la carne (el viejo hombre), pero aquí hay algo
maravilloso a lo que aferrarse. Él no reconoce ya más
al "viejo hombre" como siendo "yo". Ilustrémoslo de la
siguiente manera. Tenemos a una persona que ha sido salva desde hace
poco, habiendo abandonado muchos pecados, porque está viviendo
para agradar al Señor. Un día alguien le sugiere que
haga algo de lo que hacía en sus tiempos en que no era salvo,
y que sabe ahora que está mal. Él replica: "No, no
quiero hacer esto ya más, porque soy cristiano".
Después de rehusar, otra cosa sucede. Satanás le
susurra: "No has dicho la verdad: Tú sí que
querías hacer esto, y le has dicho a tu amigo que no
querías". ¿Ha dicho este joven creyente una mentira?
¡No! ¡Ha dejado que el legítimo ocupante—el nuevo
hombre— respondiera a la puerta! ¿Quería acaso la nueva
vida en él hacer aquello? ¡No! ¿Qué era lo
que en él quería hacerlo? Bien, él podía
decir: "Ya no soy yo, es el pecado que mora en mí". Seguimos
teniendo la vieja naturaleza, pero deberíamos dejar que el
"nuevo hombre" conteste a la puerta. Sí, dijo la verdad,
porque el "viejo hombre" ya no es más el "yo", sino que es el
"nuevo hombre" el verdadero "yo", la "vida de Jesús" en cada
creyente, una vida que siempre agrada a Dios, y que no puede pecar.
Deja tú que sea siempre el "nuevo hombre" el que tome las
decisiones, y serán las decisiones correctas, porque aunque el
"viejo hombre" siga en nosotros, nunca mejorado, ya no es más
"yo". ¡Qué bendita liberación!
Llegamos ahora al tercer punto en los versículos 22-25.
"Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de
Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley
de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que
está en mis miembros. ¡Miserable de mí!
¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro". Incluso
conociendo los dos puntos que hemos estado considerando, dice que el
conflicto permanece, y añade que quiere agradar al
Señor, pero que este conflicto le hace sentirse muy
desdichado. Esta naturaleza caída sigue tratando de
arrastrarme a las cosas que están mal. Pero después de
decir "¡Miserable de mí!", añade,
"¿QUIÉN me liberará?" Mira fuera de sí
mismo hacia el Señor Jesucristo para obtener la
liberación, y recibe entonces la respuesta en el acto.
Entonces comienza la acción de gracias. Esto es de gran
importancia. ¿Has tratado de luchar contra los malos
pensamientos, sólo para ver que volvían con más
intensidad? ¡Con razón se ha dicho que uno puede
ensuciarse tanto luchando contra un deshollinador como
abrazándolo! ¿Qué es lo que está Dios
diciéndonos aquí? Podemos volvernos de estos malos
pensamientos que vienen a través del "viejo hombre" y dejar
que el Espíritu de Dios, por medio del "nuevo hombre", ocupe
nuestras mentes con Cristo. Podemos dar gracias a Dios que por medio
de la obra del Señor Jesús hemos sido traídos a
una nueva posición delante de Él, en la que podemos
considerarnos muertos ciertamente al pecado, y donde el nuevo hombre
halla su gozo y liberación apartando su mirada de sí
mismo y dirigiéndola a Cristo.
Usemos una ilustración que nos sirva de ayuda para aclarar
este punto. Supongamos que he decidido construir un garage para mi
automóvil, y que tengo un montón de tablones de madera
que he guardado para ello. Decido contratar a un carpintero para que
me lo levante, y le pido que emplee esta madera para ello. Va a mirar
el montón de tablones, y al cabo de un rato vuelve diciendo:
"He estado examinando su montón de madera, y tengo malas
noticias para usted. Todos los tablones están podridos. No hay
ni un tablón sano en toda la pila". ¿Qué hizo
él? No intentó mejorar el material. ¡No! Lo
condenó. Nótese el versículo 3 de Romanos 8, y
se verá que esto es lo que Dios ha hecho con nuestra vieja
naturaleza—el "viejo hombre": "Porque lo que era imposible para la
ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su
Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado,
condenó al pecado en la carne". Mi carpintero condenó
el montón de tablones de madera, pero luego dijo: "Tengo
buenas noticias para usted. Le he traído toda la madera buena
que necesita para construir su garage, y no le costará nada.
Es de regalo". Me había sentido muy contrariado cuando me dijo
que mi viejo montón estaba podrido, porque me había
fiado de aquel material, pero ahora paso de la contrariedad al
agradecimiento. Le digo: "¡Muchas gracias!" ¿Puedes ver
ahora el sentido de estos versículos en Romanos 7:
"¡Miserable de mí!", y luego, "Gracias doy a Dios, por
Jesucristo Señor nuestro" (versículos 24, 25)? He
apartado la mirada del yo a Cristo, y regocijándome en lo que
Él ha hecho, me siento lleno de gratitud.
Ahora bien, todos tenemos aquel montón de "madera podrida"
dentro de nosotros, el "viejo hombre", y algunos cristianos se hacen
unos desdichados a sí mismos al pensar acerca de ello, y de
cómo sigue queriendo asumir el control de sus cuerpos. Miremos
fuera del yo, y demos gracias que Dios nos ve "en Cristo". "Ahora,
pues, ninguna condenación hay para los que están en
Cristo Jesús" (Romanos 8:1). ¿Te estás condenando
a ti mismo porque tienes una naturaleza caída? Dios dice que
Él nos ve "en Cristo Jesús" y "santos y sin mancha
delante de Él" (Efesios 1:4). Es en verdad un triste
descubrimiento hallar cuán verdaderamente mala es nuestra
vieja naturaleza, pero ello sólo debiera llevarnos a ser tanto
más agradecidos por nuestra liberación, conociendo
nuestra nueva posición delante de Dios gracias a aquella
bendita obra consumada por nosotros en el Calvario.
Llevemos un poco más allá la ilustración
acerca del carpintero. Después de haberse ido, comienzo yo a
pensar en aquel viejo montón de madera. ¿Estará de
verdad toda podrida? Quizá haya algo de madera buena
en el montón. Me dirijo allí, y comienzo a deshacer el
montón para ver si algunas piezas no están podridas,
porque había estado contando con aquella madera durante mucho
tiempo. Entonces llega el carpintero y me pregunta qué estoy
haciendo. Le explico lo contrariado que me sentí cuando me
dijo que todo el montón estaba podrido. Pensaba que
debía haber algunos trozos buenos allí. "Oh", dice
él, "se está incomodando usted por nada. ¿Por
qué no dar gracias por el nuevo montón de madera, en
lugar de buscar algo de bueno en el montón viejo?"
¿Estás tú, querido lector, buscando algo bueno en
la vieja naturaleza? Dios la abandonó hace mucho tiempo, y si
tú la abandonas ahora serás una persona
más feliz. El carpintero trae entonces una lona y la echa
sobre el montón de madera. Naturalmente, no mejorará
bajo lona, sino que me dice que considere simplemente que no
está ahí. Esto es lo que es "consideraos muertos al
pecado" (Romanos 6:11). Podemos decir que la vieja naturaleza—el
"viejo hombre"— es "ya no ... yo, sino el pecado que mora en
mí". Nuestra posición está en Cristo delante de
Dios.
¿Cómo podemos ser liberados de la actividad de aquella
naturaleza caída en nosotros? Esto nos es explicado en Romanos
8:2: "La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha
librado de la ley del pecado y de la muerte". Si sostengo un libro en
la mano, y luego lo suelto, la ley de la gravedad lo hará
caer. ¿Cómo puedo liberarlo de esta ley sin cambiar la
ley ni el peso del libro? Si lo ato a un globo de helio,
veríamos al libro levantándose. No he cambiado la ley
de la gravedad ni el peso del libro, pero he introducido una nueva
ley. El helio es más ligero que el aire. De esta manera el
libro ha quedado libre de las ataduras de la ley de la
gravitación. Apliquemos esto a nuestras propias vidas. Cuando
algún mal pensamiento entra en tu mente, ¿cómo vas
a liberarte? No puedes cambiar la naturaleza caída. Siempre
obra de la misma manera. No hay en ella nada bueno. Pero si dejas que
el Espíritu de Dios, por medio del nuevo hombre, te ocupe con
Cristo, serás liberado. El Espíritu de Dios obrando
sobre el nuevo hombre llenará tu corazón con Cristo. Te
dará a ver lo que Cristo ha hecho por ti, lo que Él
está haciendo ahora por ti como tu Gran Sumo Sacerdote y
Abogado, y lo que Él va a hacer por ti cuando te haga
eternamente dichoso en la casa del Padre. Así que cuando este
mal pensamiento acuda a tu mente, recuerda que no puedes cambiar la
naturaleza caída, pero que puedes dejar que el Espíritu
de Dios obre sobre el nuevo hombre. Piensa en lo que tienes en
Cristo. Regocíjate en el hecho de que Dios te ve en Cristo.
Esta es la única manera de ser liberado de la
actividad del viejo hombre interior. De nada sirve tratar de luchar
contra aquellos malos pensamientos, porque volverán. Es como
luchar contra un deshollinador. Apártate de ellos, dando
gracias por el camino de liberación de Dios, y
regocíjate en el Señor.
¡Qué maravilloso es saber que Dios no sólo ha
perdonado nuestros pecados sino que ha condenado la naturaleza
caída! Fue crucificada con Su Hijo. Él nos ve en una
nueva posición delante de Él, de "no
condenación", muertos y resucitados con Cristo.
¡Regocijémonos! ¡Demos gracias! Él nos ha
dado una nueva vida, la misma vida de Cristo que tendremos para
siempre en el cielo. Cuando tu naciste de nuevo recibiste aquella
nueva vida. Naciste de arriba y el nuevo hombre es creado en justicia
y verdadera santidad. Dios quiere que como cristiano vivas una vida
de santa libertad y gozo en la posición en la que Él te
ha traído a ti.
No estamos hablando en este momento de lo que un creyente debiera
hacer si permite que aquella naturaleza pecaminosa actúe, sino
simplemente de lo que Dios ha hecho con respecto a la vieja
naturaleza del creyente. Pero será útil añadir
unas observaciones acerca de esto último. Si cedemos al pecado
en nuestras vidas, Dios nos ha proveído de un Abogado,
Jesucristo el justo (1 Juan 2:1), y debemos acudir confesando nuestro
pecado, reconociendo que hemos permitido actuar al "viejo hombre".
Esto no es para restaurar nuestra posición delante de Dios,
porque ésta es siempre "en Cristo", sino para ser restaurados
a la comunión con Dios en nuestras almas.
¡Cuán plena es la provisión que se ha hecho de
nuestras necesidades en Cristo!.
Es de suma importancia que leamos la Palabra de Dios y que nos
dediquemos a la oración, porque si descuidamos esto, el
enemigo conoce nuestros puntos flacos, y vendrá para trabajar
sobre el "viejo hombre", conduciéndonos al pecado. Esto nos
privará de nuestro gozo en el Señor, y si no confesamos
los pecados pequeños pronto crecerán a pecados mayores,
por lo cual podemos quedar bajo la mano disciplinadora del
Señor, o incluso bajo la disciplina de la asamblea de Dios. No
se nos demanda que confesemos malos pensamientos, porque el acto de
apartarnos de ellos es la manera en que los juzgamos, pero si los
permitimos en nuestras vidas, entonces tenemos que confesar nuestros
pecados a fin de ser restaurados (1 Juan 1:9).
Un verdadero creyente nunca puede perderse, pero sí puede,
como David en la antigüedad, perder el gozo de la
salvación de Dios y deshonrar al Señor. La
oración del salmista es buena para nosotros: "Líbrame
de los [errores] que me son ocultos. Preserva también a tu
siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí;
entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran
rebelión. Sean gratos los dichos de mi boca y la
meditación de mi corazón delante de ti, oh
Jehová, roca mía, y redentor mío" (Salmo
19:12-14).