Llegamos ahora a la
justicia práctica, el estado y el andar de aquellos que han
sido hechos objeto de la gracia de Dios, que han sido aceptados en un
favor soberano y libre, justificados de todas las cosas, y que
están sin condenación en Cristo. Es por esta misma compasión de
Dios que les son dirigidos estos preceptos. «Así que,
hermanos, os ruego por las misericordias [o, compasión] de
Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo,
santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional [o,
inteligente].» Desde luego, se precisa de alguna inteligencia,
respecto a estos cuerpos, para presentarlos así en servicio
inteligente. Estamos «esperando la adopción, la
redención de nuestro cuerpo» (Ro. 8:23). En breve
«traeremos también la imagen del celestial.» Incluso
por lo que respecta a nuestros cuerpos, pronto le veremos y seremos
como Él es (Fil. 3:20-21; 1 Co. 15:49; 1 Jn. 3:2). Teniendo
inteligencia respecto a todo esto, podemos ya presentar nuestros
cuerpos por adelantado para que sean de Él, usados en santa
separación a Él y para Él. ¡Qué
privilegio! Pero esto es imposible si nos amoldamos a este mundo un
mundo en enemistad con Él. Somos exhortados:
«Transformaos por medio de la renovación de vuestro
entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta».
Si Dios nos ha salvado en pura misericordia y compasión,
entonces busquemos de manera inteligente conocer Su voluntad y probar
cuál sea esta voluntad. Esto exigirá inteligencia
espiritual en cuanto a la dispensación en la que nos
encontramos. La «buena voluntad de Dios, agradable y
perfecta» en cuanto a esto sólo puede ser conocida y
probada en humildad de alma y plena dependencia.
Versículo
3. «Digo, pues,
por la gracia que me es dada.» ¡Qué constante
necesidad de la conciencia del libre favor que nos es mostrado
individualmente, y que nos ha sido dado! Es esto lo que posibilita
que tengamos pensamientos humildes acerca del yo, y que pensemos con
sobriedad para tener sabiduría, de la manera en que Dios ha
otorgado a cada uno una medida de fe.
Versículos
4-5. Así como
había una nación en la carne en la pasada dispensación y un
pacto de mandamientos adaptados a aquella dispensación,
«así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo
en
Cristo, y todos
miembros los unos de los otros». ¡Qué contraste con
Israel! Debemos tener inteligencia respecto a esto, o no podremos
probar la excelente voluntad de Dios para con nosotros ahora.
En el pasado, nadie podía estar en Cristo. Cristo tenía
que morir y ser resucitado de entre los muertos, o bien quedaba solo,
pero ahora somos un cuerpo en Cristo. Esta verdad tiene que regir
toda nuestra obediencia a Cristo. Tenemos que actuar en unión,
como los diversos miembros del cuerpo humano, así como somos
un cuerpo en Cristo. No se trata tanto de la doctrina del un cuerpo
aquí como de la práctica de todos los miembros de aquel
un cuerpo.
Versículo
6. Luego tenemos que
recordar que tenemos «diferentes dones, según
la
gracia que nos es
dada». Ciertamente, sea cual sea el servicio de cada uno en el
un cuerpo de Cristo, es todo de gracia, todo un libre favor. Con esta
bendita conciencia del libre favor de Dios, seamos diligentes en el
servicio, sea el que sea trátese de profecía,
ministerio, enseñanza, exhortación o gobierno. Que todo
se haga con alegría.
Estos preceptos celestiales son tan claros que no precisan de
explicación alguna, aparte de ver que todo se debe hacer con
referencia al un cuerpo en Cristo. Pero cada precepto es de la mayor
importancia, y sólo se puede guardar en tanto que se ande en
el Espíritu. ¿Acaso podrá la carne, que sigue en
nosotros, «procurar lo bueno», o actuará «en
cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros», o
practicará la instrucción «bendecid a los que os
persiguen»? No, no lo hará. Siempre perseguirá
aquello que es nacido del Espíritu.
Versículo
16. Debería ser:
«Tened el mismo respeto unos hacia otros, no altivos, sino
asociándoos con los humildes». Esto es precisamente lo
contrario a los caminos del mundo.
Versículo
17. Estas son unas
palabras que deberían ser puestas en cada oficina, tienda,
taller y hogar: «PROCURAD LO BUENO DELANTE DE TODOS LOS
HOMBRES». ¡Qué propensos somos a olvidar esta
bendita enseñanza! ¡Cuán dispuesta está la
carne a devolver mal por mal! Es triste cuando la indolencia toma el
lugar de procurar lo bueno delante de todos los hombres. Sí,
sin solicitud, el cristiano puede caer en la falta de honradez casi
universal del mundo. ¿Acaso una transacción
engañosa y poco honrada no participa del mismo carácter
que un asalto en un camino? ¡Ah, por más fe y una
obediencia inalterable en las cosas comunes de la vida diaria!
Estamos persuadidos de que la negligencia en estas cosas, si no algo
peor que la negligencia, está en la raíz de mucha de
nuestra debilidad.
Versículos
19-20.
¡Cómo la carne en nosotros buscaría la venganza!
Pero estas son las palabras del Espíritu dirigidas a nosotros:
«No os venguéis vosotros mismos, amados
míos». ¿Acaso se vengó Aquel cuyo precioso
nombre llevamos nosotros? El día de la venganza, del juicio
sobre un mundo impío, llegará indefectiblemente, pero,
¿no somos seguidores de Aquel que restauró la oreja de Su
enemigo? ¡Oh, que seamos más como Él!
¡Qué palabras más tiernas son éstas:
«Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si
tuviere sed, dale de beber». ¿Dónde encontraremos
unas palabras así, fuera de las inspiradas Escrituras de
verdad? Dejando al hombre a sí mismo, ¿actuará
así? No, no, este es el precioso fruto del Espíritu.
Que abunde en nosotros más y más.