«Al que es
débil en la fe, recibidle, mas no a disputas de opiniones
dudosas» (v. 1, V.M.). Podemos llegar a ser tan estrechos como
para rechazar a un hermano débil en la fe, o podemos hacer de
la recepción de una persona caviladora la determinación
de opiniones dudosas y de especulaciones de razonamientos. El
Espíritu Santo querría que evitemos cuidadosamente
estos extremos. En muchas cosas —como el comer y el beber, el
considerar un día santo o todos los días iguales—
en todas estas cuestiones no debemos juzgarnos unos a otros, sino
andar juntos en amor.
Versículo
10. «Pero
tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú
también, ¿por qué menosprecias a tu hermano?
Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo.»
Aquí no se trata de una cuestión de entrar en el juicio
de pecados, o del pecado. Esto ya ha quedado resuelto con
anterioridad en esta epístola (cap. 8:1, 33-34). El
Señor nos asegura que no vendremos a juicio (Jn. 5:24).
¿Qué es entonces lo que se significa aquí?
Simplemente esto de que se trata. El hecho de que todo será
puesto delante de Dios, que no puede cometer un error en aquello que
Él aprueba, debería ser un sano freno para impedir el
dañino hábito de juzgarnos unos a otros. «De
manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de
sí. Así que, ya no nos juzguemos más los unos a
los otros.»
Desde luego, esto no nos enseña a ser indiferentes cuando se
ataca la Persona de Cristo o la verdad que es en Él. En esto,
Pablo tuvo que resistir a la cara incluso a un Pedro. Pero nos
enseña a «no poner tropiezo u ocasión de caer al
hermano». Hacer tal cosa no es andar en amor. Un hermano
débil pudiera, al verme comer cosas ofrecidas a ídolos,
ser llevado a hacerlo, y al quedar contaminada su conciencia,
podría caer en la idolatría y quedar, por aquel tiempo,
bajo el poder de Satanás, fuera de comunión con Cristo.
De hecho, pudiera llegar justo al punto de aquel malo que tuvo que
ser excluido para destrucción de la carne (1 Co. 5:5). Esto
sería destruir un hermano en lugar de la carne, o, por otra
parte, podría quedar destruida su conciencia. En todo caso, el
amor buscará no poner tropiezo en el camino de un hermano.
También hemos conocido casos en los que una persona ha
observado el Día del Señor como el sábado, de una manera piadosa pero judaica.
Otra persona, para mostrar su superior conocimiento, ha hecho cosas
en el domingo, el día del Señor, que eran una
profanación para el primero, y el resultado ha sido sumamente
desastroso para ambos. Durante años se perdieron o quedaron
destruidas tanto la conciencia como la comunión.
No supongamos por un momento que estas palabras «no
destruyas» puede significar la destrucción de la vida
eterna. La Escritura no puede contradecirse. Si parece que lo hace,
es evidente que no hemos comprendido el sentido de al menos uno de
los textos. Si pudiera destruirse la vida eterna que tenemos en
Cristo, entonces no sería eterna. De los que tienen la vida
eterna, Jesús dice: «no perecerán
jamás». Esto es suficiente para la fe. Sin embargo, es
sumamente sano e importante tener siempre ante nosotros la
perspectiva del tribunal de Cristo. Nos preservará de mucho
juicio o devoramiento mutuo.
Versículos
17-187. «Porque el
reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el
Espíritu Santo. Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a
Dios, y es aprobado por los hombres.» La gran cuestión
aquí es servir a Cristo de una forma aceptable a Dios. Estas
son unas preciosas palabras: «Justicia, paz y gozo en el
Espíritu Santo». Si Dios reina en nuestros corazones,
habrá coherencia, aquello que es coherente con el lugar santo
en el que estamos.
Versículo
19. «Así
que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua
edificación.» Esto nos llevará a no hacer nada,
sea comer carne o beber vino, en lo podamos hacer tropezar a un
hermano. Esto, sin embargo, no debe llevarnos a comprometer el
evangelio. Si Pablo hubiera rehusado comer con los gentiles para no
ofender a Pedro, esto no hubiera sido para edificación, sino
que hubiera comprometido el evangelio. Hubiera sido lo mismo que
decir: Cristo no es suficiente para vuestra salvación eterna;
tenéis además que guardar la ley. Así, por parte
de algunos la ley era considerada como superior a Cristo.
Del mismo modo, si una sociedad humana fuese a decir: Cristo solo no
es suficiente para la liberación de un pecador y para su
completa salvación: tienes que comprometerte con nosotros a no
beber vino —no sería un acto de fe, de amor ni de
edificación comprometer de tal modo el evangelio. Su resultado
sería como en el caso de los maestros judaizantes seducir y
apartar de Cristo.
Si Cristo no tiene la preeminencia, alguna otra cosa tomará Su
lugar. Satanás siempre trata de usar lo bueno para desplazar a
Cristo. La ley es buena, la temperancia es buena, pero vigilemos, no
sea que usemos una cosa o la otra para privarnos de Cristo. Tenemos
que ser guardados a diestra y a siniestra. Estas observaciones
sólo quieren ser de aplicación cuando se pone la
temperancia en lugar de Cristo. Que cada uno esté plenamente
convencido en su propia mente (cp. v. 5), y que recuerde que
«todo lo que no proviene de fe, es pecado».
Preguntémonos en presencia de Dios: «¿Necesito yo
esto para mi cuerpo que pertenece al Señor? ¿Hay
algún hermano que yo conozca que pueda tropezar si lo tomo?
¿Tengo fe, agrada al Señor que lo tome, o que yo haga
esto?
Cuidémonos mucho respecto a jactarnos en estas cuestiones o
acerca de juzgar a nuestro hermano. «¿Tienes tú fe?
Tenla para contigo delante de Dios. Bienaventurado el que no se condena a
sí mismo en lo que aprueba.»