ARREBATADOS POR EL ESPOSO,
VUELVEN CON EL REY
—Un estudio acerca de la esperanza del creyente—
George Cutting
- « ... porque ellos
mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y
cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para
servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su
Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús,
quien nos libra de la ira venidera» (1 Tesalonicenses
1:9-10).
- Amado lector, ¿sabes que el
Señor Jesucristo está a punto de volver; que Su
regreso es inminente? Por doquier, millares de personas se
preocupan por este hecho solemne, y están persuadidos de
que algo grave debe acontecer pronto; aunque burladores y
escarnecedores de los últimos tiempos repitan:
«¿Dónde está la promesa de su
advenimiento? Porque desde el día en que los padres
durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el
principio de la creación» (1 Pedro 3:4), y que el
siervo malo diga: «Mi Señor tarda en venir»
(Mateo 24:48). Sin embargo, «El que ha de venir
vendrá, y no tardará» (Hebreos 10:37);
«Por tanto, también vosotros estad preparados; porque
el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no
pensáis» (Mateo 24:44).
Estamos seguros de que existe, entre los que
son del Señor, una creciente convicción —basada
en la Palabra de Dios— de que Cristo volverá pronto
para arrebatar a su amada Esposa (o sea, a todas las almas
redimidas por Su preciosa sangre), y llevarla a la «casa del
Padre», donde muchas moradas hay.
Lector, este asunto —de gran solemnidad
por lo que implica— ¿es una viva realidad para ti? Si no
es así, quiera el Espíritu Santo valerse de estas
breves páginas para despertar tu alma, para sacudir tu
indiferencia o tu sopor espiritual, no sea que viniendo el
Señor de repente, ¡«os halle durmiendo»!
(Marcos 13:36).
Quisiera tratar este tema bajo los siguientes
puntos:
1. La promesa del retorno de Jesucristo.
2. La Persona que viene.
3. El objeto de Su venida.
4. La preparación para Su venida.
La promesa del retorno de
Jesucristo
Tiempo hubo en que la venida del Mesías
como «Varón de dolores» era todavía una
profecía sin cumplir. Tras este vaticinio se fueron
sucediendo las generaciones; surgían y desaparecían;
el reino de Israel (las diez tribus) y más tarde el de
Judá fueron destruidos, y sus habitantes diseminados o
llevados en cautiverio. Sólo un residuo, unos pocos
miembros de la tribu de Judá, volvieron de Babilonia; pero
el Mesías prometido no había aparecido
aún.
Vemos, cuatro siglos después, que la
gran mayoría de los que regresaron de Babilonia se
habían asentado confortablemente en Jerusalén,
olvidándose casi por completo de Aquel que había de
venir. De repente hubo una creciente agitación en la
ciudad: unos extranjeros, recién llegados, divulgaban la
asombrosa noticia de que el Rey de los judíos
—prometido hace mucho tiempo— había finalmente
nacido. Del palacio de Herodes, pasando por los sacerdotes del
Templo, la noticia se propagó con rapidez entre el
pueblo.
Pero, ¿cual fue el resultado producido por
semejante revelación? ¿un cántico, o clamor
unánime de alabanzas a Dios por haber por fin cumplido Su
palabra, enviando al Mesías tanto tiempo esperado?
¿Irradiaba de gozo cada rostro? ¿Se estremecía de
alegría cada corazón? ¡Al contrario! El cuadro
que se nos presenta es muy distinto: «El rey Herodes se
turbó, y toda Jerusalén con él» (Mateo
2:3). ¿Por qué? Si hubiesen conocido algo de las
Escrituras tocante a la venida del Mesías, hubieran
entendido el vaticinio del profeta Isaías:
«He aquí que
para justicia reinará un rey, y príncipes
presidirán en juicio. Y será aquel varón como
escondedero contra el viento, y como refugio contra el
turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como
sombra de gran peñasco en tierra calurosa» (cap. 32:1-2).
- Ahora bien, aunque había en la
ciudad una ingente multitud de personas que se consideraban como
«justas» ante Dios, muchos otros estaban convencidos de
no estar listos para presentarse delante del Mesías, el
Justo por excelencia; por consiguiente, lo que hubiera tenido que
llenar el corazón de agradecimiento y de gozo resultaba ser
motivo de espanto y de turbación. Sin embargo, preparados o
no, Cristo había
venido; había aparecido, no
sólo como el Mesías de Israel, sino como el
«Salvador del
mundo», para revelar al Padre.
Lo que aconteció después de este episodio es de
sobra conocido: odiado y despreciado por los mismos que
venía a salvar, el Hijo de Dios se encaminó al
Calvario donde, clavado en el vil madero, murió por manos
inicuas. Pero al tercer día resucitó.
- Cuando Dios envió a su Hijo
unigénito a este mundo, cumplió las promesas hechas
a Abraham, Isaac y Jacob. Por su parte, al condenar a
Jesús, los judíos cumplieron las palabras de los
profetas acerca de los sufrimientos del Salvador:
«Porque los
habitantes de Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a
Jesús, ni las palabras de los profetas que se leen todos
los días de reposo, las cumplieron al condenarle … Y
nosotros —prosigue el apóstol— también os
anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros
padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros,
resucitando a Jesús …»
(Hechos 13:27, 32-34).
- Poco antes de Su muerte, el Señor
—Objeto de las promesas— dejó también una
promesa. Tras haber salido el traidor del aposento alto, y rodeado
de Sus discípulos, Cristo les muestra la terrible sombra de
la cruz que iba alargándose sobre ellos. ¡Qué
momento más solemne! Imaginemos el dolor reflejado en el
rostro de los discípulos al inclinarse hacia el Maestro
amado para escuchar Sus palabras de despedida: «No se turbe
vuestro corazón, creéis en Dios, creed
también en Mí». Es como si hubiera dicho:
«Habéis creído en Dios sin haberle visto;
ahora, cuando ya no me veréis, seguid teniendo igual
confianza en Mí. Dios os hizo una promesa,
anunciándola por boca de los profetas, y la cumplió
fielmente al enviarme. Yo asimismo os hago una promesa, y tened
confianza en que también la cumpliré.»
- ¿Cuál es, entonces, esta nueva
promesa? Leyendo atentamente el Evangelio según Juan, cap.
14, la hallaremos entre los primeros versículos:
«En la casa de mi
Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera
dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y
os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a
mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también
estéis» (vv. 2-3). No hay el
menor motivo para suponer que la «venida» mencionada por
el Señor en éstos versículos aluda a la
«muerte»; creerlo sería cometer la peor de las
equivocaciones.
- Tomemos un ejemplo para ilustrar la
diferencia entre ambas cosas. Un padre amante y cariñoso
lleva a su hijo a una ciudad lejana donde, por mucho tiempo, el
joven tendrá que vivir solo. Al separarse, el padre
comprende la lucha interna de su hijo para reprimir sus
lágrimas, y le consuela diciendo: «Ten confianza, hijo
mío, ahora tengo que dejarte, pero vendré el primer
día de vacaciones y nos iremos juntos a casa.»
¿Cabe suponer que el joven haya tenido la menor duda acerca
de la promesa hecha por su padre? Pues bien, del mismo modo, las
palabras que el Señor dirigió a sus
discípulos desconsolados no pueden prestarse a
equivocación alguna. No dijo: «ahora voy al cielo,
vosotros moriréis, y después de esto os
reuniréis conmigo», sino: «vendré otra vez, y os tomaré a
Mí mismo».
- En cuanto a los creyentes que duermen en
Cristo, la Escritura dice que se han ausentado del cuerpo para
estar «presentes al Señor» (2 Corintios
5:8). Mientras que cuando se trata de la vuelta del Señor,
en vez de «estar ausentes del cuerpo», o de «ser
desnudados» de nuestra casa terrestre, leemos que seremos
«transformados»; y en Filipenses 3:21, que el
Señor «transformará el cuerpo de la
humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la
gloria suya». En un momento, en un
abrir y cerrar de ojos, al sonar la última trompeta, los
muertos en Cristo resucitarán primero, y los que vivimos
seremos transformados. Vemos por lo tanto que la venida o regreso
del Señor no debe confundirse con la muerte: es exactamente
lo contrario de ella; es la aniquilación o abolición
de todo cuanto ha hecho la muerte —desde que entró en
este mundo— en los cuerpos de los que son hijos de Dios;
será el triunfo definitivo de Cristo sobre la muerte,
victoria que compartiremos todos los que somos suyos.
- Consideramos ahora el segundo punto de
nuestra meditación, es a saber:
La persona que viene:
- Muchos de los que saben algo acerca de la
«doctrina» de la segunda venida de Cristo parecen tener
su mente llena de «señales» y
«acontecimientos» que creen cumplidos ya, que
están verificándose, o que se realizarán
pronto. Ello se debe a que dichas personas se ocupan de los
«sucesos» en vez de la misma Persona que viene.
- Una madre viuda está en el muelle de
un puerto con la mirada clavada en el horizonte. Ha oído
decir que regresarán tres barcos con tropas, tras una
victoriosa campaña en ultramar. Entre los soldados
está su hijo, a quien espera ardientemente. Se hacen muchos
preparativos para la gran revista que se verificará en
cuanto los héroes bajen a tierra. Pero estas cosas no
tienen gran atractivo para ella. Las bandas militares, las
banderas que ondean, los arcos de triunfo y los brillantes
uniformes de gala podrán satisfacer la curiosidad del mero
espectador; pero ella espera a su propio hijo. Día y noche,
desde su partida, ha deseado e invocado vivamente su retorno.
¿Y qué podrá brindarle la mayor felicidad? El
verle sano y salvo. Desde luego que nada tiene que objetar a los
honores que se rendirán a su hijo, ya que le cree digno de
ellos, pero todo esto ocupa un lugar secundario en el
corazón de la madre; sólo ansía el momento de
estrecharle en sus brazos.
- Amado lector, puede que en nuestros tiempos
estén sucediendo cosas que nos estén indicando que
no está lejano el día en que, en palabras del
profeta Malaquías, «nacerá el Sol de justicia, y en sus alas
traerá salvación»
para aquellos del pueblo de Israel que temen a Jehová;
mientras que para los impíos será «el día ardiente como un
horno», en el cual
«todos los
soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel
día que vendrá los abrasará» (cap. 4:1-2). Pero la esperanza inmediata del
creyente no es ese «día grande de Jehová, cercano y muy
próximo …», ni tampoco
«el Sol de Justicia», sino —según las
propias palabras de Jesús— «la Estrella
resplandeciente de la mañana» (Apocalipsis 22:16).
Ahora bien, la estrella de la mañana apunta en el horizonte
antes de la salida del sol, y algunas veces un tiempo considerable
separa ambos eventos.
- Precisamente será entre la venida
del Señor cual «Estrella de la mañana» y
el momento en que aparecerá como «Sol de
justicia» que caerán sobre la tierra los juicios
descritos en Apocalipsis. Entonces surgirá aquella terrible
personificación de suprema maldad y anarquía, el
«hombre de pecado», el «hijo de
perdición», «aquel inicuo»: el Anticristo
(2 Tesalonicenses cap. 2). Será «el tiempo de
angustia —o de la apretura— para Jacob»
(Jeremías 30:7), y el de la «gran
tribulación» (Mateo 24:31); pero un residuo
será preservado en medio de todo, del mismo modo que lo
fueron los tres jóvenes hebreos echados en el horno por
orden de Nabucodonosor (Daniel cap. 3). Entonces, los que
sólo aparentemente profesan el cristianismo, los que ahora
no «no recibieron
el amor de la verdad para ser salvos», se verán abandonados por Dios, entregados a
una eficaz «poder
engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean
condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se
complacieron en la injusticia.» (2
Tesalonicenses 2:11-12). Se harán milagros e innumerables
señales del carácter más espantoso,
habrá abundancia de dolores, y lo que verán y
oirán aterrorizará a los más valientes:
«en aquellos
días los hombres buscarán la muerte, pero no la
hallarán; y ansiarán morir, pero la muerte
huirá de ellos» (Apocalipsis
9:6).
- Pero es necesario recordar que lo antedicho
sucederá después, no antes del arrebatamiento de la
Iglesia, la Esposa celestial de Jesús. ¡Cuán a
menudo olvidamos que es Él mismo que viene presto para
reunir a Su alrededor a los que rescató! Mirar los
acontecimientos en vez de mirar a Jesús priva al
corazón de esa dicha y de esa lozanía que es la
verdadera porción de nuestra esperanza celestial. Demasiado
ha logrado Satanás al presentarnos la segunda venida del
Señor como una amenaza terrible y justiciera, mientras que
fue la consolación más eficaz para los
discípulos abatidos, como hemos visto en Juan cap. 14. Y
cuando, años más tarde, el apóstol Pablo
escribe su primera carta a los recién convertidos en
Tesalónica —que estaban padeciendo pruebas y
persecuciones—, añade esta frase, corta pero
significativa, a lo que les dice acerca del retorno de Cristo:
«Alentaos los unos
a los otros con estas palabras».
- Examinemos, pues, estas frases de aliento
que, bajo la inspiración divina, él les
dirigió: «Porque el Señor mismo con voz de mando, con
voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá
del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.
Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos
arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al
Señor en el aire, y así estaremos siempre con el
Señor»
(1 Tesalonicenses 4:16-17).
- Notemos que era el Señor mismo en su
perfecta humanidad, como Hombre viviente, que iba a descender del
cielo, y al que debían encontrar en las nubes. Al
convertirse, supieron los tesalonicenses que «ese mismo
Jesús» que los había salvado y librado de la
ira venidera por Su muerte y resurrección, iba a volver. La
epístola nos dice que se habían convertido (esto es,
se habían tornado, vuelto definitivamente)
«de los
ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y
esperar de los cielos a su Hijo »
(1 Tesalonicenses 1:9-10). Su esperanza no estaba pues
cifrada en algún acontecimiento profético, sino en
la misma Persona del Hijo de Dios. Escribiendo a los filipenses,
el apóstol Pablo les recuerda que «nuestra
ciudadanía (o sea, nuestra verdadera nacionalidad)
está en los cielos, de donde también esperamos al
Salvador, al Señor Jesucristo»; es decir, a
Jesús en su carácter de Salvador; una Persona
conocida, amada y en la que confiaban plenamente. Pero allí
donde no se confía en Él y donde no se reconoce Su
autoridad, no es extraño que la noticia de Su
próxima venida traiga turbación, como ocurrió
en la religiosa Jerusalén de entonces.
- Pero, amado lector, no debería ser
así contigo. Sin duda alguna, debemos ser conscientes
acerca de nuestra manera de andar en esta tierra, a fin de que
seamos más semejantes a Aquel que pronto viene. Y
así sucederá si tomamos a pecho la promesa de Su
venida, según leemos: «todo aquel que tiene esta esperanza en él,
se purifica a sí mismo, así como él es
puro» (1 Juan 3:3).
Además, no olvidemos nunca lo que nos dice el
apóstol Pablo en 2 Corintios 5:10, «porque es necesario que todos nosotros
comparezcamos ante el tribunal de Cristo», cuando todas nuestras acciones se
pondrán de manifiesto y cada uno recibirá
según lo que hubiere hecho; eso será como la gran
revista, el desfile militar al cual hemos aludido antes.
- Esa manifestación tendrá
lugar cuando hayamos llegado al cielo. Pero al igual que los
soldados que visten sus más hermosos uniformes para el
desfile, nosotros, ante Su tribunal, apareceremos revestidos de un
cuerpo semejante al Suyo; habremos «resucitado en
gloria» (1 Corintios 15:42-44). Por consiguiente, el
creyente no tiene nada que temer en cuanto al cumplimiento de este
su deseo, aunque haya mucha necesidad de humillación y
ejercicio para los más fieles de entre nosotros.
- Hace algunos años, conocí en
la ciudad de Madrid a un muchachito de unos seis años que
iba repitiendo una pequeña canción, al parecer de su
propia composición. Era breve, tres palabras nada
más: «¡A las diez, a las diez, a las diez!
…» Tantas veces la repetía, tan absorto
parecía, que le pregunté lo que significaba su
estribillo. Después de unas cariñosas palabras, me
abrió su corazoncito y me explicó que su madre se
había ausentado de la casa hacía algún
tiempo, pero que su padre había recibido una carta
anunciando que ella volvería ese mismo día «a
las diez». Sobra decir que la pequeña copla no
precisaba mayor explicación. La llegada de su madre llenaba
el corazón del chico hasta hacerlo rebosar. Desde luego, la
había añorado mucho, y mucho había lamentado
mucho su ausencia, pero ahora estaba a punto de volver, y esta
noticia le colmaba de gozo de tal modo que repetía sin
cesar: «¡a las diez, a las diez, a las
diez!»
- Ahora bien, ¿por qué
habría de ser distinto para ti y para mí cuando
oímos hablar del retorno del Señor? ¿No
experimentamos, acaso, la dulzura de Su amor? ¿No es
Él quien sufrió y murió por nosotros?
¿No nos ha guardado a lo largo del camino, desde el
día que le conocimos, llevando nuestras cargas,
socorriéndonos, simpatizando en nuestros dolores y
restaurándonos después de muchas caídas?
Difícilmente podríamos expresar la intensidad de Su
amor para con nosotros. Amados hermanos, cuando pensamos en
Él, ¿no arden nuestros corazones con el deseo de
verle?
Cuando pienso en Ti, oh Señor,
En Tu gracia y en Tu amor,
Mi corazón arde dentro de mí
Ansiando ver Tu faz, contemplarte a Ti.
Hace poco me decía una hermana en
Cristo: «cuando pienso en la venida del Señor, mi
corazón arde de alegría». Así
tendría que ser para todos nosotros. Una niña de
once años decía, tras volver de un recado:
«Mamá, al cruzar la calle, veía las nubes
correr tan de prisa que me paré mirarlas, pensando que si
el Señor volviera ahora mismo, quisiera ser yo la primera
en verle». ¿Cuál era el secreto de la paz y
felicidad de esta niña, cuando sola —al
anochecer— meditaba en el regreso de Cristo? Sencillamente
esto: conocía a la Persona esperada y confiaba en ella; la
amaba aunque no la había visto; sabía que por su
muerte expiatoria todos sus pecados estaban no sólo
perdonados, sino también olvidados para toda
eternidad.
- Quizá alguien diga: «Aunque
confío de corazón en Su preciosa sangre, no puedo
estar tan tranquilo al pensar que de un momento a otro Jesucristo
puede venir»… Es que olvida entonces que se trata del
mismo Jesús que, en otro tiempo, cansado del camino,
pidió de beber a la mujer samaritana; que se
encontró con la viuda de Naín y le restituyó
su único hijo; que permitió a la pecadora, en casa
de Simón el fariseo, tocar Sus pies, regarlos con
lágrimas, besarlos, y expresar así su amor para con
el Salvador; sí, el mismo Jesús que dirigió
esas maravillosas palabras de gracia y de perdón al
ladrón en la cruz: «¡hoy estarás conmigo
en el Paraíso!» ¡Es Aquel que ha de venir!
¿Quien es éste que a encontrarme viene con gran
amor,
Cual Estrella de la mañana, de la luz albor?
Es Aquel que en cruz cruenta padeció una vez;
Aún en gloria le conozco, pues Él mismo es.
¿Hacen falta pruebas? Leamos, pues, en
Hechos 1:11, lo que los dos ángeles dijeron a los
discípulos en el monte de los Olivos. El Señor
acababa de dejarles, ascendiendo al cielo, y habiéndoles
demostrado de modo tangible que Él no era un
espíritu, algún aparecido, sino un Hombre viviente,
de carne y hueso, al que podían tocar y palpar si acaso
dudaban de Sus palabras. Y los ángeles añaden:
«Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este
mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo,
así vendrá como le habéis visto ir al
cielo».
- ¡Veinte siglos en la gloria no le han
cambiado en absoluto! La misma Persona que Marta fue a encontrar,
tras la muerte de su hermano, es la que esperamos nosotros; y si
hemos de «dormir» antes que Él vuelva, Aquel que
es «la Resurrección y la Vida», que dijo:
«Nuestro amigo
Lázaro duerme; mas voy para despertarle», nos despertará también en Su
venida, para que —al igual que Lázaro— nos
sentemos a Su mesa, en las mansiones celestiales.
- Así, ¿por qué
deberíamos sentir temor al saber que tal Amigo viene en
breve a llevarnos? «Ciertamente vengo en breve» es la
feliz promesa que nos dejó. A la vista de semejante amor,
¿no suscitará nuestro afecto por Él esta
exclamación en nosotros: «¡Amén, sea
así! ¡Ven, Señor Jesús!»?
(Apocalipsis 22:20).
- Examinaremos ahora:
El objeto de su venida
- Es preciso comprender que una vez que el
Mesías fue rechazado y crucificado por su propia
nación, Dios reveló al apóstol Pablo lo que
la Escritura llama el «misterio», «encubierto desde
tiempos eternos» (Romanos 16:25), y «escondido desde los
siglos en Dios» (Efesios 3:9). Este designio que
existía en el corazón de Dios —además de
lo revelado en el Antiguo Testamento— era el de preparar una
Esposa para su amado Hijo; Esposa que había de ser formada
por la unión «en un solo cuerpo» (la Iglesia), de
judíos y gentiles salvados, unidos por el Espíritu
Santo a Cristo, su Cabeza glorificada en el cielo: «Y
él [Cristo] es la
cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el
principio, el primogénito de entre los muertos, para que en
todo tenga la preeminencia» (Colosenses 1:18-19). «Y [el
Padre] sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por
cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo,
la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo» (Efesios
1:22-23). «Que los gentiles son coherederos y miembros del
mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo
Jesús por medio del evangelio» (3:6). «Porque
somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. …
Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de
la iglesia» (5:30, 32).
- El Espíritu Santo dio principio al
cumplimiento del designio divino en el día de
Pentecostés, bautizando —en «un solo
cuerpo»— a los discípulos reunidos en el aposento
alto.
- Para que comprendamos mejor este asunto,
conviene observar que, debido a que el Señor fue rechazado,
quedaron sin
cumplirse numerosas promesas del
Antiguo Testamento referente a las bendiciones del pueblo de
Israel y de la tierra en general. Citemos, por ejemplo, las
profecías de Isaías acerca del reinado del verdadero
Hijo de Isaí: «Morará el lobo con el cordero, y el
leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el
león y la bestia doméstica andarán juntos, y
un niño los pastoreará. La vaca y la osa
pacerán, sus crías se echarán juntas; y el
león como el buey comerá paja. Y el niño de
pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el
recién destetado extenderá su mano sobre la caverna
de la víbora.< No harán mal ni
dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra
será llena del conocimiento de Jehová, como las
aguas cubren el mar.» (cap.
11:6-9). El cap. 35 del mismo libro nos dice: «Se alegrarán el desierto y la
soledad; el yermo se gozará y florecerá como la
rosa. … La gloria del Líbano le será dada, la
hermosura del Carmelo y de Sarón. Ellos verán la
gloria de Jehová, la hermosura del Dios nuestro.
- Y Amós describe estas bendiciones
con estas palabras: «He aquí vienen días, dice
Jehová, en que el que ara alcanzará al segador, y el
pisador de las uvas al que lleve la simiente …» (cap. 9:13-15). Mientras que Miqueas
añade: «Martillarán sus espadas para azadones, y
sus lanzas para hoces; no alzará espada nación
contra nación, ni se ensayarán más para la
guerra». (cap. 4:3).
«La tierra
será llena del conocimiento de la gloria de
Jehová» (Habacuc 2:14).
Luego, en relación con la restauración de Israel en
su tierra, testifica Isaías: «Y levantará pendón a
las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y
reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro
confines de la tierra» (cap. 11:12). «Y los redimidos de
Jehová volverán, y vendrán a Sión con
alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas
…» (cap. 35:10). Leemos
además en Jeremías 23:5-6; Ezequiel 36:24, y
Jeremías 31:10: «He aquí que vienen días, dice
Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y
reinará como Rey, el cual será dichoso, y
hará juicio y justicia en la tierra …» —
«Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré
de todas las tierras, y os traeré a vuestro
país» — «El que esparció a Israel lo
reunirá y guardará, como el pastor a su
rebaño» …
- Observando atentamente estos pasajes y
cotejándolos con otros semejantes, hallaremos que el
cumplimiento de esas profecías no es el resultado de la
conversión del mundo por la predicación del
Evangelio, sino de los juicios que precederán a dicha era
milenaria. Y no olvidemos que «hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota
ni una tilde pasará de la ley [esto es, de las Escrituras],
hasta que todo se haya cumplido»
(Mateo 5:18).
- Así, al volver al cielo, el
Señor dejó sin realizar, sin cumplir, dos series de
bendiciones prometidas: (1) Las que se relacionan con la Iglesia;
(2) Las que se relacionan con el pueblo de Israel, enteramente
distintas las unas de las otras. Para dar cumplimiento a la
primera, vendrá el Señor no con los atributos de un
Juez, sino como Isaac cuando salió al encuentro de Rebeca:
como esposo lleno de amor (Génesis cap. 24). En contraste,
y para dar cumplimiento a la segunda serie de bendiciones,
vendrá semejante a David, como poderoso conquistador, para
tomar posesión de Su reino. En otras palabras, Jesús
es el Esposo de la Iglesia y es el Rey de Israel.
- La Palabra de Dios menciona dos fases
distintas de la segunda venida de Jesucristo: dos estaciones
—por expresarlo de este modo— del mismo viaje.
Primeramente descenderá del cielo para arrebatar a Sus
santos (o sea, a cuantos han depositado su fe en Él para
ser salvos), y llevarlos arriba en las mansiones celestiales;
luego, pasado un breve período, volverá con ellos
con poder y gloria para establecer Su reino.
- Tomemos un ejemplo para ilustrar esta parte
del tema. Paseando por el campo cierta mañana, reparamos en
un charquito de agua, lo evitamos y —sin pensar más en
él— seguimos caminando. Unos días
después, al pasar por el mismo lugar, el charco ha
desaparecido, el agua ya no está: hasta las gotas que
penetraron en la tierra se evaporaron. ¿Que sucedió?
Sencillamente que el sol, brillando con toda su fuerza, las atrajo
a lo alto. Nadie las ha visto subir, y sin embargo ¡han
subido! Semanas más tarde, notamos las mismas gotas, pero
enteramente transformadas; son ahora hermosísimos copos de
nieve, que suscitan la admiración de todos.
- Amado lector, así será en
breve. Jesús descenderá del cielo y en un instante
surgirán del polvo los cuerpos resucitados de los que
«durmieron» en Él, mientras que los que vivamos
seremos transformados, para ascender juntos a Su encuentro. Nada
hay en la Escritura que nos haga suponer que los inconversos nos
verán cuando seamos arrebatados. La repentina
desaparición de todos los creyentes —redimidos por la
sangre de Cristo— manifestará lo que ha pasado.
«Enoc fue trasladado para que no viese la muerte; y no fue
hallado, porque le había trasladado Dios» (Hebreos
11:5). Es precisamente lo que sucederá con la Iglesia: casi
secretamente arrebatada, volverá a aparecer en gloria con
Cristo, cuando Él sea manifestado: «y todo ojo le
verá» (Apocalipsis 1:7).
- El mismo Señor presenta claramente
estas dos fases de Su venida en el capítulo 25 de Mateo. En
la parábola de las diez vírgenes describe un aspecto
de la misma; y en la de las ovejas y de las cabras, el otro. En el
primer símil, las vírgenes prudentes, con sus
lámparas bien provistas de aceite, entran con el Esposo al
lugar de las bodas; mientras que en el segundo, se ve al Rey salir
para juzgar. Fijémonos en éste contraste. En la
primera parábola, los salvos (bajo la figura de las
vírgenes prudentes) entran a las bodas, siendo llevados al
cielo, mientras que malvados e incrédulos (la
vírgenes fatuas), dejados en la tierra, quedan atrás
para sufrir luego el juicio. En la segunda parábola, los
malos son llevados al suplicio eterno, mientras que los justos son
dejados en la tierra para gozar de las bendiciones del reino
milenario. En el primer caso, los santos entran y se cierra la
puerta; en el segundo, el cielo está abierto y los santos
salen.
- Los capítulos 5, 6 y 19 del
Apocalipsis relatan lo que se verificará en los cielos una
vez que la Iglesia haya entrado allí. Los santos,
representados por los veinticuatro ancianos, están sentados
alrededor del trono; vestidos de ropas blancas y ceñidas
sus frentes de coronas de oro, adoran —postrados delante del
que está sentado en el trono— diciendo:
«Digno eres de
tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste
inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo
linaje y lengua y pueblo y nación …» En el cap. 19 leemos: «Gocémonos y alegrémonos
y démosle gloria; porque han llegado las bodas del
Cordero». ¡Que contraste
más grande con lo que se describe en Mateo 25:11! En este
pasaje del primer Evangelio, la Palabra nos hace oír el
lamento de los que quedaron fuera; mientras que en Apocalipsis 19,
percibimos los acentos de gozo triunfal de los que están
dentro. Lector, ¿con cual de estos dos grupos te hallas
tú? Medítalo bien, ¡es una solemne pregunta de
cuya respuesta depende tu condición eterna! ¿Perdido o
salvo?, ¿fuera o dentro? ¿Cual es tu estado?
¿Dónde estás tú?
- «Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un
caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y
con justicia juzga y pelea»,
prosigue el capítulo 19 del Apocalipsis (vv. 11-16), donde
vemos salir al Señor de los señores y al Rey de los
reyes con sus ejércitos: «De su boca sale una espada aguda, para herir con
ella a las naciones, y él las regirá con vara de
hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira
del Dios Todopoderoso».
- Echemos todavía una mirada al
capítulo 25 de Mateo. Una interpretación bastante
común —pero completamente errónea—
pretende que la parábola de «las ovejas y de las
cabras» es una ilustración del juicio final. Y a
menudo se pregunta: «¿No hemos de estar todos
allí, para ser entonces colocados unos entre las
«ovejas», a Su derecha, otros entre las
«cabras», a Su izquierda?» Sin el menor titubeo,
contesto rotundamente que no.
- Esta escena representa el juicio de las
«Naciones» (o de «los gentiles») viviendo
sobre la tierra cuando el Señor venga a establecer Su
reino. No son israelitas por cuanto está escrito: «he
aquí que este pueblo habitará solo, y entre las
(demás) naciones no será contado»
(Números 23:9). Tampoco se trata de los creyentes que
componen la Iglesia, ya que en ella no puede haber tales
distinciones como «griego y judío, circuncisión
e incircuncisión» (véase Colosenses 3:11 y
Hechos 15:14).
- Cabe entonces preguntar: Si Israel y la
Iglesia no forman parte de las «naciones» aquí
juzgadas, ¿dónde pues se hallan éstos? Dejemos
que conteste la Escritura.
- En cuanto a la Iglesia, los siguientes
pasajes son concluyentes: «Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste,
entonces vosotros también seréis manifestados con
él en gloria» (Colosenses
3:4); «He
aquí, vino el Señor con sus santas decenas de
millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a
todos los impíos de todas sus obras impías que
han hecho impíamente …» (Jud. 14-15); «y vendrá Jehová mi
Dios, y con él todos los santos … Y Jehová
será rey sobre toda la tierra» (Zacarías 14:5 y 9); «Al que
venciere», dice el Señor a los de Laodicea,
«le daré
que se siente conmigo en mi trono» (Apocalipsis 3:21). ¿Hay algo
más claro que estos pasajes para demostrar cual
será el lugar y la posición que ocuparán
los «coherederos», el día que Aquel que es
«constituido Heredero de todo» tome posesión
de Su herencia?
- En cuanto al pueblo de Israel,
recordemos en primer lugar que es «simiente de
Abraham», según la carne, mientras que Jesús
es «Hijo de David, hijo de Abraham» (Mateo 1:1). En
Hebreos 2:16 leemos: «Porque ciertamente no socorrió a los
ángeles, sino que socorrió a la descendencia de
Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus
hermanos …» Por lo tanto,
si como Hijo de David, Cristo es «Rey» de los
Israelitas; como Hijo de Abraham puede hablar de ellos como
siendo Sus «hermanos». Y, para cumplir la
profecía encerrada en la bendición otorgada por
el hijo de Abraham (Isaac) a Jacob, el Rey bendice a los que
favorecieron a los hijos de Jacob, mientras que maldice a los
que no lo hicieron; según estas palabras:
«¡Malditos
los que te maldijeren, Y benditos los que te
bendijeren!» (Comparar
Génesis 27:29 con Mateo 25:34 y 41).
- Además de los creyentes que
aparecerán con Él en gloria, según vimos en
otros pasajes, el Señor menciona aquí tres grupos
distintos: las «ovejas», las «cabras» y
«mis hermanos». Estos últimos son, según
la carne, los de Su propia nación; pero cabe preguntar:
¿quienes son, entonces, las «ovejas» y las
«cabras»?
- Otras porciones bíblicas nos revelan
que cuando la Iglesia haya sido arrebatada a la gloria
habrá mensajeros judíos que llevarán un
mensaje especial a «todas la naciones»:
«Y será
predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para
testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el
fin» (Mateo 24:14). Cabe que el
tema principal de dicho mensaje sea la preparación para el
advenimiento del verdadero «Rey». Algunos de
éstos «gentiles», o de entre las
«naciones», recibirán el testimonio, tratando
bien a los mensajeros; mientras que otros no sólo
rechazarán el mensaje, sino que aborrecerán a esos
enviados maltratados y despreciados.
- Notemos que es únicamente por este
motivo —el modo de tratar a Sus «hermanos»—
por lo que el Rey, en su venida, separa a las naciones, y
finalmente las bendice o las maldice. Una parte de ellas
está representada bajo el símil de las
«ovejas», y la otra por las «cabras» o
«cabritos». Los primeros (como Rut la moabita, llena de
benevolencia para con Noemí, la viuda israelita),
serán premiados con la participación de la gloria
del reino milenario del Mesías sobre la tierra; y sabemos
que el Señor tendrá en cuenta hasta el menor vaso de
agua fría que se haya dado en nombre de discípulo
(Mateo 10:42); mientras que los demás gentiles serán
«cortados de la tierra» por el juicio.
- Esta parábola no habla para nada de
la resurrección ni del fin del mundo; ni tampoco el
capítulo 19 del Apocalipsis, que presenta una escena
análoga.
- Sabemos que hay dos resurrecciones: la de
los salvos, y la de los malvados; o según el Señor
las llama: «la resurrección de vida, y la
resurrección de —o para—
condenación.» La primera se divide en tres
fases:
- Cristo, «primicias de los que
durmieron» (1 Corintios 15:20).
- Los creyentes que resucitarán
—según vimos— cuando venga el Señor a
buscar a su Iglesia (1 Tesalonicenses 4:16;
1 Corintios 15:52).
- Los mencionados en Apocalipsis 20:4-6:
«los decapitados
por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de
Dios, los que no habían adorado a la bestia … y
vivieron y reinaron con Cristo mil años … Esta es
la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que
tiene parte en la primera resurrección».
La segunda resurrección, la de los
malvados, se verificará después de los mil
años del reinado de Cristo, según vemos claramente
por éste texto: «Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta
que se cumplieron mil años»
(Apocalipsis 20:5). Al final de esa era de paz y de justicia,
cuando habrán huido la tierra y el cielo que ahora son,
entonces los muertos, «grandes y pequeños»,
serán juzgados delante del gran trono blanco, cada uno
según sus obras: será la resurrección de
condenación (Juan 5:29); «y cualquiera que no fue
hallado escrito en el libro de la vida, fue arrojado en el lago de
fuego». «Esta es la muerte segunda» (Apocalipsis
20:14-15).
- Y
el que recibió esta revelación añade: «Vi un
cielo nuevo y una tierra nueva», de los que Pedro dice: «en
los cuales mora la justicia» (2 Pedro 3:13). «Vi la
santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios,
dispuesta como una esposa ataviada para su marido …» Así,
hasta el versículo 8 del cap. 21 de Apocalipsis que hemos
empezado a citar, tenemos una descripción del estado eterno.
- ¡Bendito sea Dios por habernos
revelado esas maravillosas realidades, y por el don del
Espíritu Santo que nos las hace entender!
«¡Oh
profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia
de Dios!» (Romanos 11:33)
- Para terminar, consideraremos brevemente la
última parte de nuestro tema:
Como prepararse para su venida
- En la Biblia hallamos dos maneras de estar
preparados para aquel momento:
-
- «Y las que estaban preparadas entraron con
él a las bodas; y se cerró la puerta …» (Mateo 25:10).
- «Porque yo», dice el
apóstol Pablo, «ya estoy para ser sacrificado, … he peleado la buena batalla, he acabado
la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la
corona de justicia, la cual me dará el Señor,
juez justo, en aquel día; y no sólo a mí,
sino también a todos los que aman su venida» (2 Timoteo 4:6-8).
- En el primer sentido, todos los que son de
Cristo (1 Corintios 15:23) están preparados: han
depositado su fe en Él, y han sido lavados de sus pecados
por Su preciosa sangre; son hechos agradables a Dios y el
Espíritu de Cristo mora en ellos (Romanos 8:9), y ello sin
mérito alguno de ellos. Pueden dar gracias al Padre que los
hizo aptos para participar de la herencia de los santos en la luz
(Colosenses 1:12-14).
- En el segundo sentido, vemos que el
apóstol estaba preparado, no sólo por cuanto era
salvo —cosa que sabía por muchos años ya—,
sino porque su servicio y su testimonio habían sido tales
que tenía la certidumbre de que recibiría la
aprobación de su Maestro.
- Aclaremos esto con un ejemplo: supongamos,
amado lector, que envías a tu hijo a una ciudad lejana
donde debe llevar a cabo un asunto importante. Al partir, le
entregas un billete (o «boleto») de ida y vuelta para el
viaje; le das las instrucciones necesarias acerca del sitio adonde
debe ir y de lo que debe hacer; le exhortas, en fin, para que se
aplique con diligencia a satisfacer tus deseos. Cuando llega a
dicha ciudad, tu hijo parece muy enérgico y lleno de buena
voluntad. Pero, al cabo de algún tiempo, se une con unos
antiguos camaradas; olvida tus recomendaciones y pierde su tiempo
en callejear. De repente, sobresaltado, se da cuenta que no tiene
ni un momento que perder si quiere alcanzar el último tren
para volver a casa. Se precipita a la estación, llega
precisamente cuando el convoy arranca del andén y, tras una
breve carrera, el joven sube en marcha y viaja, sano y salvo,
hacia su hogar. Preguntemos ahora: ¿Estaba listo para volver?
En cuanto a lo que podía exigir la compañía
ferroviaria, sí; porque tenía su billete y
ningún empleado podía discutir de la validez del
mismo, ni de su derecho a viajar. Pero, ¿de qué modo
obtuvo el billete? ¿Por algún esfuerzo suyo? ¿Por
lo que negoció, o ganó en aquella ciudad? No, sino
sólo porque tú se lo compraste y se lo entregaste.
¿Y en cuanto a tu encargo, tus negocios? ¡Perdió
cualquier derecho a tu aprobación por estos! No le
podrás decir a tu hijo: «está bien, me has
servido fielmente». Sin embargo, en cuanto regrese
tendrá —como hijo— su sitio a la mesa con los
demás miembros de la familia.
- Ahora bien, por la fe en la obra cumplida
del Salvador —que murió por nuestros delitos y
pecados, que ha resucitado para nuestra justificación, y
que ha sido glorificado en el cielo— cada creyente tiene lo
que corresponde al «billete» de nuestro ejemplo, esto
es, la incuestionable prueba de que su viaje al cielo está
enteramente pagado. Pero, si bien la Escritura nos asegura que
«en él —Cristo— es justificado todo aquel
que cree» (Hechos 13:39), y que «a los que justificó, a
éstos también glorificó» (Romanos 8:30), sin embargo no todos los
creyentes recibirán igual premio: «cada uno recibirá su
recompensa conforme a su labor»
(1 Corintios 3:8). Estas dos cosas tendrá en cuenta el
Señor: la cantidad de trabajo que habremos realizado, como
también su calidad, según éstos criterios:
«Aconteció
que vuelto él, … mandó llamar ante él a
aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para
saber lo que había negociado cada uno» (Lucas 19:15). Lo que se averigua aquí
es la cantidad de trabajo que han llevado a cabo. Asimismo se
hará patente la calidad de nuestra obra: «la obra de cada uno se hará
manifiesta; porque el día la declarará, pues por el
fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea,
el fuego [imagen de juicio] la probará. Si permaneciere la
obra de alguno que sobreedificó, recibirá
recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él
sufrirá pérdida [pérdida de galardón],
si bien él mismo será salvo …» (1 Corintios 3:13-15).
- Quiera Dios, cristiano lector, que
además del privilegio de entrar con el Señor
Jesucristo a las bodas, ocupando el lugar que nos tiene reservado,
tanto tu suerte como la mía sea la de ser vigilantes,
trabajando para Él, enterándonos de Sus deseos,
tomándonos a pecho Sus intereses, constreñidos por
el poder de Su inmutable amor, hasta
que Él venga. Recordemos que
si queremos llevar nuestra cruz y seguirle con un corazón
verdaderamente consagrado, es ahora que debemos hacerlo.
- Hemos llegado a esos «tiempos
peligrosos» en que los hombres son «amadores de los deleites más
que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero
negarán la eficacia de ella»; tiempos en los que
«los malos hombres y los engañadores irán de
mal en peor, engañando y siendo engañados»
(2 Timoteo 3:1-9, 13). ¡Qué solemne contradicción con el
error común según el cual el mundo entero se
convertirá antes del regreso de Cristo! Estamos en una
época de ruidosas actividades religiosas, pero de escasa
vida que mane realmente de Dios; época en que el
espíritu de iniquidad va afirmándose cada vez
más en el mundo, mientras que en la Iglesia en general se
nota una creciente elasticidad de principios y falta de fidelidad
a Cristo. A pesar de todo, tenemos y seguiremos teniendo
«a Dios, y a la
palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros
herencia con todos los santificados» (Hechos 20:32). O sea, la Palabra de Dios para
guiar nuestros pasos, y Su gracia para sostenernos en la senda que
nos va trazando.
- No nos dejemos engañar por las
apariencias, ni no desanimemos si en el camino de la obediencia a
Cristo no hallamos lo que —a criterio humano— pudiera
asemejarse al éxito. Ciertamente «el obedecer es mejor que los
sacrificios»; y ojalá haga
mella en nuestros corazones aquella exhortación de nuestro
amado Maestro: «Estén ceñidos vuestros lomos, y
vuestras lámparas encendidas; y vosotros sed semejantes a
hombres que aguardan a que su señor regrese de las bodas,
para que cuando llegue y llame, le abran en seguida.
Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor,
cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se
ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y
vendrá a servirles» (Lucas
12:35-37).
- Y si estas páginas llegaren hasta
ti, lector, y tu corazón no ha sido todavía
regenerado (aunque tal vez hayas sido bautizado, y lleves incluso
el nombre de «cristiano»), quisiera llamar tu
atención sobre el hecho que la venida del Señor
será repentina, y que serás dejado atrás si
Él te halla «sin aceite en tu vaso».
Deténte, y considera —siquiera por un instante—
lo que te reserva el futuro cada vez más cercano.
¡Medita cuán velozmente te arrastran las alas del
tiempo hacia la eternidad! ¡Y qué eternidad! Ser
dejado sobre esta tierra —futuro escenario de los juicios
divinos— mientras que los salvos (tal vez tu amigos y
parientes) han sido arrebatados al cielo. Y eso por haber cerrado
los oídos a la última advertencia que te
había sido dirigida por el Espíritu Santo, por haber
escuchado con un corazón incrédulo la postrer oferta
de la gracia de Dios. ¡Qué triste y solemne
será esto! Pero no menos solemne será el hecho que
tu cuerpo quedará en la tumba fría y lóbrega
durante el milenio de felicidad, cuando la tierra estará
llena de la gloria de Dios, cuando el Príncipe de Paz
extenderá Su señorío de mar a mar, y desde el
río hasta los fines de la tierra (véase Salmo 72:19
y Zacarías 9:10).
- No disfrutar de estas bendiciones
será, ciertamente, una pérdida cuantiosa. Luego,
tendrás que encararte aún con la ETERNIDAD. ¡No
lo olvides! Serás resucitado de los muertos por la poderosa
voz del Hijo de Dios (Juan 5:25, 29), para ser juzgado delante del
gran trono blanco. Allí deberás responder de cada
acto que hayas cometido al lo largo de tu vida, de cualquier
palabra torpe que hayas pronunciado, y hasta de cualquier
pensamiento malo o impuro en los que te habrás recreado
durante cuarenta, sesenta, u ochenta años: «la paga
del pecado es muerte», y como es cierto que Dios no puede
mentir, tu suerte quedará fijada en el lago ardiendo de
azufre y fuego. Así, no trates este asunto a la ligera.
Ahora está abierta la puerta de la gracia; Jesús te
convida todavía; los Suyos no han sido arrebatados
aún; pero te advierto del peligro y te ruego acudas al
Refugio mientras haya tiempo.
- Jesucristo puede venir incluso antes de que
termines la lectura de éstas páginas. Presta
atención, deja de huir de Dios y vuélvete hacia
Él, arrodíllate a las plantas puras del único
Salvador —del único Mediador entre Dios y los
hombres— y confiésale todos tus pecados. Luego,
Él te dará la bienvenida, te bendecirá y te
salvará, y Su paz inundará tu corazón.
¡Bendito sea para siempre tan poderoso Salvador!
- «Palabra fiel y digna de ser recibida por todos:
que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los
pecadores» (1 Timoteo 1:15).
Gracias a Dios, «aún hay lugar» (Lucas
14:22).
Véanse también las siguientes obras:
John N. Darby,
La Esperanza Actual de la Iglesia
Editorial Verdades
Bíblicas (vea más abajo)
|
- La Iglesia de
Dios: ¿Cuál fue su origen? ¿Cuál
es su naturaleza y destino? ¿Qué
propósitos tiene Dios para con ella?
¿Cuál es su relación o
distinción respecto de Israel? ¿Qué
hay de la Segunda Venida de Cristo? ¿Qué es
la Primera Resurrección?
Este y otros temas son tratados con profundidad y esmero
en la serie de conferencias que pronunció John N.
Darby en 1840 en la ciudad de Ginebra. Las conferencias
tuvieron un enorme impacto y el libro producto de las
mismas hizo época, dirigiendo los pensamientos de
muchos creyentes a las enseñanzas de la Escritura
acerca de la verdadera naturaleza y vocación de la
Iglesia, y su esperanza. Por fin la lengua castellana
tiene a su disposición esta obra fundamental para
la enseñanza de la esperanza verdadera de la
iglesia.
|
ÍNDICE
- 1.
Introducción
- 2. La Iglesia
y su gloria
- 3. La segunda
venida de Cristo
- 4. La primera
resurrección
- 5. El progreso
del mal sobre la tierra
- 6. Los dos
caracteres del mal
- 7. El juicio
de las naciones
- 8. Las
promesas de Jehová a Israel
- 9. La
decadencia y dispersión de Israel
- 10. La
restauración y bendición terrenal dadas a
Israel
- 11.
Recapitulación y conclusión
Índice de
Escrituras
|
Por cortesía de la editorial Verdades
Bíblicas, este libro se puede leer en línea en
este sitio Web. Para ello, PULSE
AQUÍ.
Además, la editorial Verdades Bíblicas ha
dado gentilmente su autorización para la publicación de
este libro en formato PDF para su descarga e impresión
mediante Acrobat Reader de Adobe. Para la descarga del libro ya
maquetado en formato A4, PULSE
AQUÍ.
H. L. Heijkoop,
El Porvenir - según las profecías de
la Palabra de Dios
Editorial Literatura
Bíblica
ISBN: 2-88208-009-3
|
ÍNDICE
Prologo a la versión
castellana
Introducción a la investigación de las
profecías
Método de investigación
El porvenir de la Iglesia
El porvenir de la cristiandad
La historia de la Iglesia tal como Jesucristo la ve
¿Tiene Israel un porvenir?
(continúa en columna al lado)
|
(cont.)
El porvenir de Israel
El porvenir de Europa Occidental
El anticristo
El porvenir de los pueblos alrededor de Palestina
El porvenir de Rusia
El milenio
Fin del milenio
Fin del milenio
La eternidad
Otras observaciones sobre la profecía
|
Las guías a la verdad profética, por Thomas Ice y
Timothy Demy:— Editorial Portavoz.
|
Esta serie de verdades
proféticas presentada con claridad en un formato de
preguntas y respuestas demuestra que las cosas buenas pueden
de veras venir en envoltorios pequeños.
Solicite estos libros en su
librería habitual. También puede contactar
directamente con la
Página
Web de la Editorial Portavoz
— Cuatro nuevos
títulos
|
EL ARREBATAMIENTO -
ISBN 0-8254-1340-0
¿Qué es el
arrebatamiento?
¿Cuándo sucederá?
¿Qué relación tiene con tu presente forma de
vivir?
El arrebatamiento es un tema intrigante pero a menudo
desconcertante. Este compacto librito explica qué es el
arrebatamiento, por qué muchos creen que el arrebatamiento
tendrá lugar antes de la tribulación, cómo la
Biblia da apoyo a esta esperanza, y por qué esta postura
acerca del arrebatamiento es significativo para los creyentes de
nuestro tiempo. La verdad acerca del arrebatamiento puede emplearse
para el estudio individual o de grupo, o como una útil
guía de referencia rápida para todo aquel que
esté interesado en profecía bíblica.
EL ANTICRISTO Y SU REINO
ISBN 0-8254-1339-7ß
La Biblia advierte acerca de un futuro líder
político cuyas acciones y poder causarán el caos
internacional. Conocido como el Anticristo, este influyente ser
engañará y conducirá a la humanidad a la
confrontación final entre el bien y el mal. Encuentre
respuestas a estas cruciales preguntas&emdash;
¿Cuál es el origen del Anticristo, y su
naturaleza y ocupación?
¿Cómo le reconoceremos?
¿Cuándo y cómo accederá al poder?
¿Qué es la «marca de la bestia», quién
la tendrá y qué significa?
¿Tiene que ver la venida de Cristo con el Anticristo?
Este conciso libro ayuda a definir las pautas de maldad visibles
en la actualidad. El entendimiento de esta pauta le capacitará
para reconocer y dejar al descubierto los planes de Satanás
hoy y en el futuro.
EL TEMPLO
ISBN 0-8254-1341-9
Aunque la Biblia predice la reconstrucción del
Templo Judío en Jerusalén, el control del Monte del
Templo &emdash;el emplazamiento original del Templo&emdash; permanece
en manos de los musulmanes, que condenan cualquier intento de
reconstruir sobre este lugar. Por cuanto esta área es santa
tanto para la religión judía como para la
islámica, está creciendo entre ambos grupos una
tensión que aboca a un estallido. Entre las importantes
preguntas a las que se da respuesta aquí se incluyen:
¿Es importante hoy un Templo Judío en
Jerusalén y en el Monte del Templo?
¿Qué hay acerca de los sacrificios del Templo?
¿Qué papel juega el Anticristo en todo ello?
La perspectiva de una reconstrucción pacífica parece
imposible. Este librito demuestra por qué la Biblia dice que
sí sucederá y explora cómo se
desarrollará este importante conflicto del Medio Oriente.
LA TRIBULACIÓN
ISBN 0-8254-1342-7
Uno de los temas más polémicos en
profecía es el período de la tribulación.
¿Cuál es el propósito de Dios para este tiempo de
juicio? Este cuidadoso y fascinante estudio elimina mucha
especulación y da respuestas sólidas a preguntas clave
acerca de la tribulación:
¿Cuándo sucederá?
¿Pasarán los creyentes por ella?
¿En qué nos atañe la tribulación a
nosotros?
La Biblia habla de la tribulación como un tiempo de grandes
padecimientos &emdash; aumentarán las persecuciones, el
Anticristo llegará al poder, y tendrán lugar
calamidades cataclísmicas. Este librito desvela los
acontecimientos y explora la relevancia de la venidera gran
tribulación.
EL AÑO 2000 Y LAS ESPECULACIONES SOBRE EL REGRESO DE
CRISTO
ISBN ——
¿Una destrucción
cataclísmica?
¿El fin del mundo?
¿La segunda venida de Jesús?
Con el año 2000 a la vuelta de la esquina, los fijadores de
fechas están prometiendo bien una época de gran gozo, o
de destrucción cataclísmica. Muchas profecías
bíblicas parecen estar materializándose, incluyendo un
aumento de calamidades naturales, una de las señales que
anuncian la segunda venida de Jesús. Pero, ¿será
este venidero milenio verdaderamente significativo desde una
perspectiva histórica y profética?
Ante la intensificación de las especulaciones, debemos
volver a las enseñanzas de Jesús para erigir un
fundamento sólido para el futuro, centrado en Cristo. Este
librito da al lector un claro entendimiento de la profecía y
de las principales teorías de fijación de fechas, junto
con una guía bíblica directa para explorar los
acontecimientos del fin de los tiempos.
ARMAGEDÓN Y EL ORIENTE MEDIO
ISBN ——
Cada día oímos acerca de nuevas
insurrecciones y violencias en Israel y en las naciones
árabes. ¿Podrían esos conflictos estar preparando
el escenario para una confrontación final? Aunque el futuro
parece incierto, Dios nos ha dado el plan para los tiempos futuros.
Basado en la Revelación, La verdad acerca de Armagedón
y el Oriente Medio proporciona una vista general de la batalla final
entre el bien y el mal &emdash;Armagedón. Descubra las
respuestas a esas cruciales preguntas:
¿Es Armagedón una alegoría, un
mito, o una batalla verdadera?
¿Cuándo tendrá lugar Armagedón? ¿Hay
señales que observar?
¿Puede prevenirse la devastadora destrucción de
Armagedón?
¿Se verán implicados los Estados Unidos en este
cataclismo bélico?
Descubra la importancia de una fe fuerte y viva y la apremiante
necesidad de compartir el evangelio, al acompañarle los
expertos en profecía Thomas Ice y Timothy Demy por una gira
profética de los tiempos venideros.
JERUSALÉN EN LA PROFECÍA BÍBLICA
ISBN ——
Fundada hace 3.000 años por el Rey David,
Jerusalén sigue dominando las noticias mundiales. Este centro
de conflicto espiritual es sagrado para tres religiones principales:
el judaísmo, el cristianismo y el islam. Aunque se ha
destacado a lo largo de la historia, el verdadero destino de
Jerusalén reside en su futuro papel cuando Cristo regrese.
Participe en esta exploración de los siguientes aspectos de
Jerusalén:
Su turbulenta historia
Su impacto en las actuales actitudes y actividades
políticas
Su dramático papel en los acontecimientos profetizados de los
tiempos del fin
Este conciso y fascinante examen de Jerusalén muestra la
vital relevancia de la Biblia y revela el inmenso impacto que
Jerusalén tiene en la actualidad y que tendrá en los
tiempos venideros.
EL MILENIO
ISBN ——
La Biblia enseña que el mundo
experimentará 1000 años de paz y prosperidad. Conocido
como el milenio, este tiempo de tranquilidad vendrá a existir
cuando Cristo vuelva para reinar en la tierra. Este conciso pero
completo libro de bolsillo saca a la luz las enseñanzas
bíblicas acerca de este tiempo del futuro:
los acontecimientos y personalidades
principales
lo que sucederá al final de este tiempo
cómo el milenio se relaciona con otros acontecimientos,
incluyendo el arrebatamiento y la tribulación
Este librito le ayudará a descubrir y comprender la
importancia de este tiempo de 1000 años de serenidad y de
abundancia y su puesto en el plan general de Dios.
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